Ya es común decir que ha sido un año difícil, pero no por repetido deja de ser muy cierto. La pandemia ha generado pérdidas de empleos, educación y lo más importante de vidas. El problema es muy grande, incluso para los países más poderosos del orbe. Todos deben ayudar, más aún quienes han tenido poco o ningún impacto. En ADAPTOR hemos sido afectados pero hemos podido sortear bien la situación. Por eso cuando vimos un reportaje en televisión, sobre una escuela rural con muchas carencias, olvidada por diversos motivos, sin acceso a tele-educación nos decidimos a “hacer algo”.
La Escuela Antonio Lara Medina, se encuentra en la localidad rural de Roma, al interior de San Fernando, y como habíamos trabajado con algunas instituciones educacionales en la región, nuestra Directora Comercial se dio a la tarea de buscar entre sus contactos la forma de comunicarse con su Director, para saber cómo podíamos ayudarlos.
Por fin ubicamos a don Ramón Cádiz a fines de mayo, quien nos compartió el esfuerzo de educar en una zona rural a 207 niños y niñas de escasos recursos, y desde hace algunos años también algunos con condición de autismo, pues en la zona no hay ningún centro especializado para ello. En la escuela sus profesores (as) tienen que hacer lo indecible con mínimo o nulo presupuesto, sólo para llevar a cabo sus clases regulares, presenciales. La educación a distancia, entonces queda como algo impensable, considerando que los estudiantes no tienen computadores o que su conexión a Internet es cara o inaccesible.
A veces los planes son grandiosos, como tener una educación acorde al siglo XXI, con recursos tecnológicos de ultima generación, pero cuando se hace contacto con la realidad, como nos sucedió, esos planes se tornan ridículos ¿Cómo se podría hacer educación remota, si los profesores no tenían siquiera computadores? Por ahí había que empezar.
Adquirimos 10 notebooks, el mismo modelo que usan nuestros técnicos y con buena capacidad de procesar video sin problemas. No contentos con esto, sus discos duros fueron reemplazados, instalando nuevos y veloces SSD para un trabajo más eficiente. Considerando que existía una mala cobertura de WiFi en la escuela, incluimos también un AP outdoor de marca Ruckus. Todo quedó listo para entregar a la comunidad de la Escuela. Y llegó la cuarentena de junio.
Después de algunas semanas retomamos nuestras operaciones normales y pudimos coordinar la entrega de los notebooks. Y partimos el día viernes 29 de julio, esperando dejarlos, firmar lo que se requiriera, sacar unas fotos y volver temprano. Un trámite, aunque nos había llamado la atención la insistencia del Director por confirmar nuestra visita, así como la asistencia de nuestra Directora Comercial, encargada de esta ayuda.
Al llegar se entendió la razón de esta insistencia. No sabíamos que lo usual en este tipo de donaciones era despacharlas y punto, pero nunca se nos pasó por la cabeza hacer eso, pues las cosas importantes se hacen personalmente, para darles valor. Y la Escuela nos sorprendió: Habían preparado un escenario, una presentación de cueca, con una pareja de profesores y de alumnos, en el estrado dispuesto se hicieron los discursos de agradecimiento, incluyendo las tiernas palabras del pequeño Nicolás. La felicidad por nuestro aporte era innegable: quedamos anonadados y caímos en cuenta del aislamiento que tiene la educación en el campo chileno.
Terminados los discursos, los apoderados nos brindaron una nueva sorpresa: un pequeño cóctel con queques, pancitos y otras apetitosas cosas hechas con sus propias manos, pero muy especial fue un canasto que nos regalaron con huevos frescos, mermelada y una tortilla de rescoldo como símbolo de su agradecimiento. El mensaje para nosotros fue claro: los padres y profesores ansían que los niños puedan educarse bien para progresar y que no desean solo recibir sin dar algo a cambio, en la medida de sus posibilidades.
Fue un gran día. No sabemos si podremos “hacerlo” de nuevo, pero no tengan duda que nuestras intenciones van en ese camino.
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